Recogiendo la cocina, limpiando la vitro, en el silencio de
los ruidos habituales de terminar el día en un bloque de vecinos, me llegan las
ideas y tengo la necesidad imperiosa, como si me estuviera meando de
escribirlo, de no dejarlo dentro, de vaciarme.
Alguien me ha dicho que a partir de los cuarenta se suele
dar una rebeldía parecida a la que se tiene en la adolescencia.
Parece ser que es algo que ocurre con más frecuencia de lo
que se ha estudiado y simplemente se le ha llamado crisis de los cuarenta.
Yo que he tenido una adolescencia responsable, o al menos,
así creo que la he vivido, (supongo que habría que preguntarle a mis padres) ,
creo que también estoy en esa fase.
Como no lo hice en mi juventud, ahora en plena madurez,
necesito romper con lo que tengo y necesito además buscar lo nuevo, lo
diferente, lo absurdo, lo no convencional, y ser irresponsable y reinventarme,
y crearlo todo, hasta lo cotidiano.
Necesito hasta encontrar lo nuevo en lo viejo, mira si tengo
fe.
No quiero proyectar sobre mis hijos mis frustraciones, mis
miedos, ni quiero que sean o hagan lo que yo no pude o no quise hacer.
Siento que mi absurda adolescencia tardía puede aportarle a
ellos y a mi un registro nuevo de cómo son las cosas. Y ellos que van a entrar
en esa etapa y yo que estoy en ella, disfrutarla y sufrirla con la energía y
alegría que mutuamente seamos capaces de absorber.
Ellos con su sentido del humor, con sus ganas de reír, con
la vitalidad de sus cuerpos nuevos, formándose, y yo con mi sentido del humor,
con mis ganas de reír y con mi cuerpo maduro, y mi mente impregnada de lo
aprendido pero deseosa de descubrir nuevos aromas.
Necesito escribirlo igual que lo hacía de niña , sin reglas
ni pretensiones. Sin querer que nadie me lea, ¿o si? Supongo que la vanidad me
hace querer que alguien me lea porque si no sólo serían pensamientos que exigen
salir de mi cabeza.
Lo escrito deja reflejado lo que somos ahora y al paso del
tiempo. Quizá al releerme, pueda recordar por qué soy como soy, o no.
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